4.12.11

Poemas de por ahí.

Y estamos en diciembre.

A causa de razones extrañas y diversas durante la última semana terminé buscando poemas que recordara haber leído alguna vez y que me hubieran gustado.

Usualmente mi relación con los poemas no es de las mejores, solemos mirarnos de soslayo cuando nos cruzamos y listo, nada más. Pero estos son algunos [bueno, quizá varios] con los que he cruzado saludos, tomado un café con galletas o hasta incluso soplarles las orejas.

Annabel Lee (Annabel Lee) – Edgar Allan Poe.
La Niña de la Lámpara Azul - José María Euguren.
Las Hadas - Ricardo Jaime Freyre.
Laustic – Marie de France.
La novia del mar (The bride of the sea) – Howard Phillip Lovecraft.
El rey de los elfos (Der Erlkönig) – Goethe.
El golem – Jorge Luis Borges.


Tuve un sueño que no era del todo un sueño.
El brillante sol se apagaba, y los astros
vagaban apagándose por el espacio eterno,
sin rayos, sin rutas, y la helada tierra
Oscilaba ciega y oscureciéndose en un cielo sin luna.
La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día,
y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror
de esta desolación; y todos los corazones
Se congelaron en una plegaria egoísta por luz,
y vivieron junto a hogueras, y los tronos,
los palacios de los reyes coronados, las chozas,
las viviendas de todas las cosas que habitaban,
fueron quemadas en los fogones, las ciudades se consumieron,
y los hombres se reunieron en torno a sus ardientes casas
para verse de nuevo las caras unos a otros.

Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo
de los volcanes, y su antorcha montañosa,
una temerosa esperanza era todo lo que el mundo contenía;
se encendió fuego a los bosques, pero hora tras hora
fueron cayendo y apagándose, y los crujientes troncos
se extinguieron con un estrépito y todo quedó negro.

Las frentes de los hombres, a la luz sin esperanza
tenían un aspecto no terreno cuando de pronto
haces de luz caían sobre ellos; algunos se tendían
y escondían sus ojos y lloraban; otros descansaban
sus barbillas en sus manos apretadas y sonreían;
y otros iban rápido de aquí para allá y alimentaban
sus pilas funerarias con combustible, y miraban hacia arriba
suplicando con loca inquietud al sordo cielo,
el sudario de un mundo pasado, y entonces otra vez
con maldiciones se arrojaban sobre el polvo,
y rechinaban sus dientes y aullaban; las aves silvestres chillaban
y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el suelo,
y agitaban sus inútiles alas; los brutos más salvajes
venían dóciles y trémulos; y las víboras se arrastraron
y se enroscaron escondiéndose entre la multitud,
siseando, pero sin picar, y fueron muertas para servir de alimento.
Y la Guerra, que por un momento se había ido,
se sació otra vez; una comida se compraba
con sangre, y cada uno se hartó resentido y solo
atiborrándose en la penumbra: no quedaba amor.
Toda la tierra era un solo pensamiento y ese era la muerte
inmediata y sin gloria; y el dolor agudo
del hambre se instaló en todas las entrañas, hombres
morían y sus huesos no tenían tumba, y tampoco su carne;
el magro por el magro fue devorado,
y aún los perros asaltaron a sus amos, todos salvo uno,
y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo
a raya a las aves y las bestias y los débiles hombres,
hasta que el hambre se apoderó de ellos, o los muertos que caían
tentaron sus delgadas quijadas; él no se buscó comida,
sino que con un gemido piadoso y perpetuo
y un corto grito desolado, lamiendo la mano
que no respondió con una caricia, murió.

De a poco la multitud fue muriendo de hambre; pero dos
de una ciudad enorme sobrevivieron,
y eran enemigos; se encontraron junto
a las agonizantes brasas de un altar
donde se había apilado una masa de cosas santas
para un fin impío; hurgaron,
y temblando revolvieron con sus manos delgadas y esqueléticas
en las débiles cenizas, y sus débiles alientos
soplaron por un poco de vida, e hicieron una llama
que era una ridícula; entonces levantaron
sus ojos al verla palidecer, y observaron
el aspecto del otro, miraron, y gritaron, y murieron.
De puro espanto mutuo murieron,
sin saber quién era aquel sobre cuya frente
la hambruna había escrito "Enemigo". El mundo estaba vacío,
lo populoso y lo poderoso era una masa,
sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida;
una masa de muerte, un caos de dura arcilla.
Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos,
y nada se movía en sus silenciosos abismos;
los barcos sin marinos yacían pudriéndose en el mar,
y sus mástiles bajaban poco a poco; cuando caían
dormían en el abismo sin un vaivén.
Las olas estaban muertas; las mareas estaban en sus tumbas,
antes ya había expirado su señora la Luna;
los vientos se marchitaron en el aire estancado,
y las nubes perecieron; la Oscuridad no necesitaba
de su ayuda... Ella era el universo.

Fue hace ya muchos, muchos años,
en un reino junto al mar,
habitaba una doncella a quien tal vez conozcan
por el nombre de Annabel Lee;
y esta dama vivía sin otro deseo
que el de amarme, y de ser amada por mí.
Yo era un niño, y ella una niña
en aquel reino junto al mar;
Nos amamos con una pasión más grande que el amor,
Yo y mi Annabel Lee;
con tal ternura, que los alados serafines
lloraban rencor desde las alturas.

 
Y por esta razón, hace mucho, mucho tiempo,
en aquel reino junto al mar,
un viento sopló de una nube,
helando a mi hermosa Annabel Lee;
sombríos ancestros llegaron de pronto,
y la arrastraron muy lejos de mí,
hasta encerrarla en un oscuro sepulcro,
en aquel reino junto al mar.
 
Los ángeles, a medias felices en el Cielo,
nos envidiaron, a Ella a mí.
Sí, esa fue la razón (como los hombres saben,
en aquel reino junto al mar),
de que el viento soplase desde las nocturnas nubes,
helando y matando a mi Annabel Lee.
Pero nuestro amor era más fuerte, más intenso
que el de todos nuestros ancestros,
más grande que el de todos los sabios.
Y ningún ángel en su bóveda celeste,
ningún demonio debajo del océano,
podrá jamás separar mi alma
de mi hermosa Annabel Lee.
 


Pues la luna nunca brilla sin traerme el sueño
de mi bella compañera.
Y las estrellas nunca se elevan sin evocar
sus radiantes ojos.
Aún hoy, cuando en la noche danza la marea,
me acuesto junto a mi querida, a mi amada;
a mi vida y mi adorada,
en su sepulcro junto a las olas,
en su tumba junto al rugiente mar.



La Niña de la Lámpara Azul - José María Euguren.

En el pasadizo nebuloso
cual mágico sueño de Estambul,
su perfil presenta destelloso
la niña de la lámpara azul.
Oscuridad (Darkness) – Lord Byron.

Tuve un sueño que no era del todo un sueño.
El brillante sol se apagaba, y los astros
vagaban apagándose por el espacio eterno,
sin rayos, sin rutas, y la helada tierra
Oscilaba ciega y oscureciéndose en un cielo sin luna.
La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día,
y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror
de esta desolación; y todos los corazones
Se congelaron en una plegaria egoísta por luz,
y vivieron junto a hogueras, y los tronos,
los palacios de los reyes coronados, las chozas,
las viviendas de todas las cosas que habitaban,
fueron quemadas en los fogones, las ciudades se consumieron,
y los hombres se reunieron en torno a sus ardientes casas
para verse de nuevo las caras unos a otros.

Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo
de los volcanes, y su antorcha montañosa,
una temerosa esperanza era todo lo que el mundo contenía;
se encendió fuego a los bosques, pero hora tras hora
fueron cayendo y apagándose, y los crujientes troncos
se extinguieron con un estrépito y todo quedó negro.

Las frentes de los hombres, a la luz sin esperanza
tenían un aspecto no terreno cuando de pronto
haces de luz caían sobre ellos; algunos se tendían
y escondían sus ojos y lloraban; otros descansaban
sus barbillas en sus manos apretadas y sonreían;
y otros iban rápido de aquí para allá y alimentaban
sus pilas funerarias con combustible, y miraban hacia arriba
suplicando con loca inquietud al sordo cielo,
el sudario de un mundo pasado, y entonces otra vez
con maldiciones se arrojaban sobre el polvo,
y rechinaban sus dientes y aullaban; las aves silvestres chillaban
y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el suelo,
y agitaban sus inútiles alas; los brutos más salvajes
venían dóciles y trémulos; y las víboras se arrastraron
y se enroscaron escondiéndose entre la multitud,
siseando, pero sin picar, y fueron muertas para servir de alimento.
Y la Guerra, que por un momento se había ido,
se sació otra vez; una comida se compraba
con sangre, y cada uno se hartó resentido y solo
atiborrándose en la penumbra: no quedaba amor.
Toda la tierra era un solo pensamiento y ese era la muerte
inmediata y sin gloria; y el dolor agudo
del hambre se instaló en todas las entrañas, hombres
morían y sus huesos no tenían tumba, y tampoco su carne;
el magro por el magro fue devorado,
y aún los perros asaltaron a sus amos, todos salvo uno,
y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo
a raya a las aves y las bestias y los débiles hombres,
hasta que el hambre se apoderó de ellos, o los muertos que caían
tentaron sus delgadas quijadas; él no se buscó comida,
sino que con un gemido piadoso y perpetuo
y un corto grito desolado, lamiendo la mano
que no respondió con una caricia, murió.

De a poco la multitud fue muriendo de hambre; pero dos
de una ciudad enorme sobrevivieron,
y eran enemigos; se encontraron junto
a las agonizantes brasas de un altar
donde se había apilado una masa de cosas santas
para un fin impío; hurgaron,
y temblando revolvieron con sus manos delgadas y esqueléticas
en las débiles cenizas, y sus débiles alientos
soplaron por un poco de vida, e hicieron una llama
que era una ridícula; entonces levantaron
sus ojos al verla palidecer, y observaron
el aspecto del otro, miraron, y gritaron, y murieron.
De puro espanto mutuo murieron,
sin saber quién era aquel sobre cuya frente
la hambruna había escrito "Enemigo". El mundo estaba vacío,
lo populoso y lo poderoso era una masa,
sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida;
una masa de muerte, un caos de dura arcilla.
Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos,
y nada se movía en sus silenciosos abismos;
los barcos sin marinos yacían pudriéndose en el mar,
y sus mástiles bajaban poco a poco; cuando caían
dormían en el abismo sin un vaivén.
Las olas estaban muertas; las mareas estaban en sus tumbas,
antes ya había expirado su señora la Luna;
los vientos se marchitaron en el aire estancado,
y las nubes perecieron; la Oscuridad no necesitaba
de su ayuda... Ella era el universo.
Ágil y risueña se insinúa,
y su llama seductora brilla,
tiembla en su cabello la garúa
de la playa de la maravilla.
Con voz infantil y melodiosa
en fresco aroma de abedul,
habla de una vida milagrosa
la niña de la lámpara azul.
Con cálidos ojos de dulzura
y besos de amor matutino,
me ofrece la bella criatura
un mágico y celeste camino.
De encantación en un derroche,
hiende leda, vaporoso tul;
y me guía a través de la noche
la niña de la lámpara azul.




 Las Hadas - Ricardo Jaime Freyre.

Con sus rubias cabelleras luminosas,
en la sombra se aproximan. Son las Hadas.
A su paso los abetos de la selva,
como ofrenda tienden las crujientes ramas.

Con sus rubias cabelleras luminosas
se acercan las Hadas.

Bajo un árbol, en la orilla del pantano,
yace el cuerpo de la virgen. Su faz blanca,
su faz blanca, como un lirio de la selva;
dormida en sus labios la postrer plegaria.

Con sus rubias cabelleras luminosas
se acercan las Hadas.
A lo lejos por los claros de los bosques,
pasa huyendo tenebrosa cabalgata,
y hay ardientes resoplidos de jaurías
y sonidos broncos de trompas de caza.

Con sus rubias cabelleras luminosas
se acercan las Hadas.

Bajo el árbol en la orilla del pantano,
sobre el cuerpo de la virgen inclinadas,
posan, suaves como flores que se besan,
sus labios purpúreos en la frente blanca.

Y en los ojos apagados de la muerta
brilla la mirada.

Con sus rubias cabelleras luminosas
se alejan las Hadas.

A su paso, los abetos de la selva,
como ofrenda tienden las crujientes ramas.

Con su rubia cabellera luminosa
va la virgen blanca.

Os contaré una aventura
de la que los bretones un romance compusieron;
Laustic es su nombre, así dijeron
-así se llama en aquel país-,
es el Rossignol en francés
y Nightingale en perfecto inglés.
En Sain Malo la encontré,
fue una ciudad renombrada.
Dos caballeros allí habitaban
en dos casas próximas.
El uno tenía mujer,
prudente, cortés y encantadora.
El otro era estudiante,
muy célebre por sus hazañas.
Amó a la mujer de su vecino,
tanto la solicitó, tanto la suplicó,
y tan intensamente la sintió
que ella enseguida lo retribuyó.
Se amaron con prudencia,
mucho cuidaron su secreto,
no fueron molestados ni difamados.
Próximas estaban sus casas,
sus miradores, sus salas:
no había obstáculo ni empalizada
que los separara.
Donde por la noche o por el día
juntos pudiesen hablar;
nadie los podía observar.
Largo tiempo se amaron,
tanto que los campos reverdecieron
y los huertos florecieron.
Los pájaros, con gran dulzor,
llevan su alegría bajo la flor;
quien entienda esta astucia
entenderá el amor.
Cuando la luna brilla, frustrada,
ella a menudo se levanta,
se disfraza bajo su manto.
Una cosa se ha de pensar,
que es el ruiseñor quien la llama. 

Pronto, no hay criado que no haga trampas,
teja redes y cuerdas,
No hay avellano ni castaño
donde no pongan lazos.
Atraparon al ruiseñor y lo llevaron a su amo.
¡Venid, señora! atrapado está el ruiseñor
por el que tanto habéis velado.
En paz podrás reposar,
el ruiseñor nunca más despertará.
La dama lo escuchó con dolor,
pero por las noches siguió sus paseos.
Su marido muchas veces la reprendió,
y ella respondía que en este mundo
no hay alegría mayor
que escuchar el canto del ruiseñor.
Con irritación le arrojó las plumas,
el cuerpo ensangrentado,
y salió de la habitación.
La dama tomó el pequeño cuerpo,
llora y maldice a los hacedores de trampas,
los tejedores de lazos y cuerdas.
"No podré por las noches sentarme en la ventana,
donde solía ver a mi amigo".
En dorado paquete envolvió el cuerpo,
bordado en oro envió el mensaje.
Ante el caballero de al lado
llega el cadáver del ruiseñor.
Dolido por el acontecimiento,
hizo forjar un estuche,
sin hierros ni aceros,
todo en oro fino y aros selectos,
con hilos bien sujeto,
escondió al ruiseñor,
y desde entonces lo lleva sobre el pecho.
 


Negro telar de riscos, tierras altas detrás de mí,
Oscuras son las arenas de la distante costa;
Sombríos son los caminos rocosos que me recuerdan
Con tristeza los días perdidos en el Nunca Más.

Suaves, las olas del océano acarician las rocas,
Dulce y familiar es aquel sonido hondo;
Aquí, con su cabeza sobre mi hombro
He caminado con Unda, La Novia del Mar.

Brillante fue la aurora de mi juventud cuando la conocí,
Dulce como la brisa que sopla sobre la hierba.
Rápido fui capturado en las más sólidas cadenas del Amor,
Era feliz estando aquí, y Ella era feliz conmigo.

Nunca le pregunté por dónde había vagado,
Nunca me preguntó por mi pasado:
Felices como niños: no pensamos ni soñamos,
Sólo disfrutamos de la abundancia de la tierra y el océano.

Cuando la luz de la luna tocó su suave melodía,
Alta en el acantilado, sobre las aguas que contemplamos,
Su cabello fue atado con una guirnalda de sauces,
Desplumado en la fuente de un bosque encantado.

Extrañamente, ella miraba aquel vaivén repentino,
Deslumbrada ante la luz, encantada por el sonido:
Entonces las olas de salvaje aspecto la reclamaron,
Severas como el océano y crueles como la noche.

Fríamente ella me dejó, sorprendido y llorando,
De pie, en soledad, entre las legiones que ella bendijo:
Hacia abajo, siempre abajo. A medias cayendo, a medias volando,
La dulce Unda robó los secretos malditos del mar.

La calma creció sobre las aguas, y los azotes tumultuosos
Fueron un monótono balanceo mientras Unda, la Hermosa,
Pasó por las arenas húmedas con afectuoso saludo,
Oculta para mí, ya nunca estuvo allí.

Largos años vagué por las rocas donde ella se desvaneció,
Altas lunas ascendieron y cayeron otra vez.
Gris rompió el alba hasta que la triste noche fue desterrada,
Mi corazón permaneció allí, con su infinito dolor.

He recorrido el amplio mundo en busca de mi amada;
Vagué por el lejano desierto y las distantes aguas.

Hasta que sobre una ola, mientras la tormenta rugía,
Vislumbré un rostro que me embargó de calma y felicidad.

Nunca en mi inquietud he tropezado
Al buscar los pálidos destellos de mi camino.
Ahora me he extraviado donde las olas tiemblan,
De vuelta en el escenario del ayer abandonado.

¡Mira! La luna se alza roja sobre las brumas del mar,
Se eleva en una ominosa grandeza, digna de contemplar;
Extraño es su rostro, como mis torturados ojos que ven
Sobre el inabarcable reflejo de la luz y el azul.

Directo desde la luna, hasta la orilla donde estoy suspirando,
Surge un puente brillante, hecho de anhelos y diamantes.
Frágil puede ser, pero qué sencillo resulta intentarlo:
Vagar desde la tierra hasta el orbe de los sueños olvidados.

¿Qué rostro aparece bajo el luctuoso ojo de la luna?
¿He encontrado por fin a la doncella que huyó?
Sobre el puente delicado mis pasos se acercan,
Su fantasma de ternura acelera mi marcha.

Las corrientes me rodean, y suave me balanceo,
Lejos, sobre el sendero de la luna finalmente la veo.
Impaciente, a medias cayendo, a medias rezando,
Avancé hasta alcanzar aquella visión de la Gracia.

Las aguas murmurantes se cierran sobre mi,
Suave, la visión se acerca con ternura.
Mis hechos han concluido. Mi corazón reposa sin lugar,
A salvo eternamente con mi amada: La Novia del Mar.


El rey de los elfos (Der Erlkönig) – Goethe. 


¿Quién cabalga tan tarde a través del viento y la noche?
Es un padre con su hijo.
Tiene al pequeño en su brazo
Lo lleva seguro en su tibio regazo.
"Hijo mío ¿Por qué escondes tu rostro asustado?"
"¿No ves padre al Rey de los Elfos?
¿El Rey de los Elfos con corona y manto?"
"Hijo mío es el rastro de la neblina."
"¡Dulce niño ven conmigo!
Jugaré maravillosos juegos contigo;
Muchas encantadoras flores están en la orilla,
Mi madre tiene muchas prendas doradas."
"Padre mío, padre mío ¿no oyes
Lo que el Rey de los Elfos me promete?"
"Calma, mantén la calma hijo mío;
El viento mueve las hojas secas. "
"¿No vienes conmigo buen niño?
Mis hijas te atenderán bien;
Mis hijas hacen su danza nocturna,
Y ellas te arrullarán y bailarán para que duermas."
"Padre mío, padre mío ¿no ves acaso ahí,
A las hijas del Rey de los Elfos en ese lugar oscuro?"
"Hijo mío, hijo mío, claro que lo veo:
Son los árboles de sauce grises."
"Te amo; me encanta tu hermosa figura;
Y si no haces caso usaré la fuerza."
"¡Padre mío, padre mío, ahora me toca!
¡El Rey de los Elfos me ha herido!"
El padre tiembla y cabalga más aprisa,
Lleva al niño que gime en sus brazos,
Llega a la alquería con dificultad y urgencia;
En sus brazos el niño estaba muerto.





Comentaría algo sobre ellos, pero nunca hay mucho que decir de un poema, basta con percibir la historia o el sentimiento que influye [nada de comentarios extraños como cuando alguien se pone a ver esas extrañas manifestaciones de arte moderno similares a un círculo púrpura con una línea marrón y decir que eso representa el dolor que conlleva la riqueza y la fama justo con el amor que sientes los peregrinos del mundo hacia la mierda de elefante, etc.]


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